El crimen del entonces presidente de la Cooperativa Eléctrica de Mar del Sud acontecido en 1996 fue recordado por el matutino porteño, en la semana del fallecimiento del arquitecto Pablo Grigera.
Así como la semana pasada se habló sobre el fallido proyecto del Edificio Neptuno en Miramar, ahora las páginas del diario La Nación reflejaron uno de los policiales más luctuosos que recuerde General Alvarado: el asesinato de Rubí González.
El artículo del periodista Facundo Di Genova se cierra con un recordatorio al arquitecto Pablo Grigera, fallecido este martes y con un importante rol en la conservación, preservación y divulgación de su área, principalmente con el eje de dicho crimen: el hotel Boulevard Atlántico de Mar del Sud.
Hace algún tiempo, un antecesor de EL DIARIO DE MIRAMAR como lo significó el proyecto Archivo Miramar recuperó material fílmico de Noticias 2, el noticiero del canal 2 de Miramar Televisora Color con lo que ocurría por aquellos días.
El artículo completo (cortesía La Nación)
El caso de Héctor Rubí González, el panadero que grabó su propia muerte en Mar del Sur
Un pino crece solitario en la banquina del kilómetro 573 de la ruta provincial 11, entre el asfalto y los alambrados del campo, muy cerca de Mar del Sur. Al pie del árbol hay botellas con agua, unas pocas flores y una cruz.
El santuario, desconocido para la mayoría de los viajeros que deambulan por esos pagos del sudeste bonaerense, no venera a un santo de estampita popular, sino una figura admirada por su honestidad y compromiso político, probablemente el vecino más querido que alguna vez haya tenido el pueblo marítimo de Mar del Sud: Héctor Rubí González.
De oficio panadero y de filiación socialista, Rubí González fue asesinado de cuatro disparos en la cabeza en ese mismo sitio, la noche del domingo 28 de julio de 1996, cuando estaba a punto de ampliar una denuncia en Miramar contra una banda mafiosa que operaba desde los sótanos del Boulevard Atlantic Hotel.
El crimen del panadero desnudó la alianza hasta entonces oculta entre ciertos sectores de la policía, el poder político y las organizaciones delictivas, y se convirtió en el antecedente trágico de otro hecho que conmocionó al país, el asesinato de la joven Natalia Melmann.
La noche de su muerte, el panadero de 59 años, creador de los alfajores Mar del Sud y entonces presidente de la Cooperativa Eléctrica del pueblo, llevaba a bordo de su Peugeot 504 a un albañil mal llevado, desordenado y errante, Benjamín Albino Esteban Dutra, alias «El uruguayo», famoso por su afición al alcohol y al abandono irresponsable de sus compromisos laborales.
El uruguayo le había confesado al panadero que él había sido el autor del incendio intencional que había reducido a cenizas, el 8 de julio de ese año, buena parte del archivo de la Cooperativa Eléctrica donde se guardaba información sobre onerosas facturas de luz impagas, como las que adeudaba el hotel Boulevard Atlantic.
Hotel Boulevard Atlantic: del lujo al aguantadero
Dutra le reveló a Rubí que había provocado el fuego para destruir pruebas y amedrentar a los funcionarios que insistían en cobrar las deudas, y que todo esto lo había hecho mandado por Julio César Solá, regente encargado, rufián en las sombras y mandamás del miserable estado del viejo Boulevard Atlantic: el hotel había devenido en un aguantadero donde ocurrían hechos inconfesables y muy lejos de su fastuosa alcurnia, caracterizada por su imponente arquitectura neoclásica monumentalista de finales del siglo XIX.
El uruguayo dijo que Solá no le había pagado por el «encargo» de quemar la Cooperativa y que, además, ahora él estaba arrepentido, que temía por su vida y quería denunciar el hecho en la Justicia, señalando al encargado del hotel como autor intelectual del incendio.
Héctor Rubí González le creyó. Fue lo último en que creyó Rubí González.
El panadero le ofreció llevarlo a la comisaría de Miramar para formular la denuncia. Su empatía con las personas menesterosas, que había sido templada durante su temprana militancia en el Partido Socialista de General Alvarado, lo llevaron a confiar en el albañil arrepentido y aceptar sus disculpas.
Había llegado el momento de terminar con esa asociación ilícita que había usurpado el hotel más antiguo del sudeste atlántico mediante ardides y coacciones, mientras la policía y la política miraban hacia otro lado. Para eso era necesario denunciarlo en la Justicia, con el uruguayo como testigo, que se convertiría en una pieza clave para desarticular a la banda, pensaba Rubí González, cuyo horno panadero de leña abastecía de todo tipo de panes a los poco más de trescientos habitantes de Mar del Sud, y a los miles de veraneantes que llegaban todos los años a partir de diciembre.
Un grabador de periodista, cinco disparos y un asesinato
Héctor Rubí González y Benjamín Dutra nunca llegaron a Miramar juntos. El Peugeot 504 se detuvo intempestivamente en la banquina del kilómetro 573 de la ruta provincial 11, entre la nada y la noche.
El sonido de los cinco disparos que impactaron en la cabeza de Rubí González, así como el diálogo previo que transcurrió entre el conductor y el pasajero durante cinco kilómetros, quedaron registrados en el pequeño casete del grabador periodista que el panadero había ocultado debajo del asiento en posición de REC.
«No pude escuchar la cinta entera, no aguanté. Pero tuve suficiente, a lo último se escuchan los cinco disparos. Hay uno que se escucha más fuerte, como si estuviera más cerca al grabador y luego se escuchan las cuatro detonaciones», dijo, meses después del crimen, Oscar Escudero, tesorero de la Cooperativa Eléctrica y amigo de Rubí González.
«Antes de partir rumbo a Miramar con el uruguayo, Rubí va hasta la casa de Escudero y le explica que hay una persona que quiere denunciar el incendio de las oficinas de la Cooperativa Eléctrica», cuenta a LA NACION el investigador y cineasta argentino Laureano Clavero, quien vivió en Mar del Sud y actualmente reside en Barcelona, España.
«Escudero, sorprendido pero con dudas, le dice que no es buena idea que vaya solo con el uruguayo. Rubí insiste que es necesario para que se aclare el tema. Su amigo, resignado, le dice que espere un momento, entra en la casa y sale con una pequeña grabadora de mano. Se la da y le dice que tenga cuidado», relata Clavero, y agrega: «Rubí le dio REC, colocó el grabador debajo del asiento del coche y así fue como se grabaron los ocho minutos que consternarían a Mar del Sud y el país».
El asesinato de Héctor Rubí González
Esa madrugada, un hijo y un sobrino de Rubí González, alertados porque la policía había encontrado el 504 con manchas de sangre en Miramar, salieron a buscarlo y lo encontraron agonizando al costado de la ruta. Lo llevaron al hospital más cercano, pero después debió ser trasladado a Mar del Plata por la gravedad de las heridas.
«Sobrevivió a una agresión cerebral de importancia, le realizamos una traqueotomía, necesita una cirugía para extraer aquellos proyectiles que puedan significar una dificultad en el futuro, tiene fracturas importantes en algunos sectores del cráneo. Su estado es crítico», informó entonces el doctor Lafuente a los periodistas que fueron hasta el Hospital La Comunidad de Mar del Plata para conocer el estado del panadero.
Tras una larga agonía, Rubí González murió el 8 de septiembre de 1996. Antes de expirar «con sus dedos llegó a señalar que los autores del hecho fueron dos personas», indica una persona que lo conoció y que suele veranear en la villa balnearia.
Cuando la policía secuestró el Peugeot 504, se preguntaron cómo había llegado hasta ahí. Decían que el uruguayo Dutra no sabía manejar, lo que sembró la hipótesis de un segundo atacante, que habría esperado a Rubí y a Dutra en el lugar donde frenó el auto. Todas las miradas apuntaron contra Julio César Solá.
De acuerdo con la grabación, que fue la prueba fundamental para esclarecer parte del hecho, el uruguayo le disparó varias veces a quemarropa. Pero no se oye la participación de un tercero.
Dos años después, un tribunal juzgó al regente del hotel Julio César Solá como «instigador de homicidio calificado por alevosía», y al uruguayo Dutra como «autor» de la misma calificación, sumándole «promesa de remuneración».
Hubo un tercer imputado en la causa, Francisco Fischer, de 64 años, el dueño de la estación de servicio del pueblo, juzgado por instigación del incendio intencional de la Cooperativa.
«Fue una alucinación, me pareció que se había movido y le tiré», mintió Dutra al tribunal que lo juzgaba, sin saber que la grabación indicaba otra cosa. «Bajate ya que ahora te hago boleta», podía escucharse en la cinta.
El acusado declaró que tomar drogas lo «ponía loco» y que su intención era robarle al panadero pero que lo había matado por un «descuido», con el mismo revólver calibre.32 propiedad de Solá.
Un presunto miembro de la Triple A
«Solá se paseaba por Mar del Sud con un traje cruzado. Tenía tics y contracciones en el cuerpo. Era un fantasioso. Un mitómano. Una vez me contó que había peleado con un tiburón que le había comido los tendones», recuerda a LA NACION una vecina que pide reserva de su nombre porque sigue vinculada con el pueblo.
Y agrega: «Se jactaba de haber pertenecido a la Triple A (la organización terrorista paraestatal Alianza Anticomunista Argentina). Era un personaje espantoso y tenía una mujer monísima que le era infiel con un músico que tocaba en el hotel».
Solá, que se había apoderado del hotel Boulevard Atlantic mediante una maniobra espuria, desplazando a su histórico poseedor, Eduardo Gamba, mantenía una deuda de luz con la Cooperativa Eléctrica de Mar del Sud que se contaba en cientos de miles de pesos convertibles de la época. Las crónicas de la época indican que superaba los 200.000 dólares.
Como no pagaba, Rubí en tanto presidente de la Cooperativa, mandó a cortarle el suministro eléctrico. Ese habría sido móvil del asesinato y fue la primera hipótesis que barajaron los investigadores.
Cuando fue detenido, Solá negó los cargos pero reconoció que el revólver calibre.32 con el que mataron a Rubí era suyo: dijo que se lo habían robado.
Tanto Solá como Fischer fueron absueltos por falta de mérito. No se les pudo comprobar su participación en el hecho, ni en el asesinato del panadero ni en el incendio. Fisher vendió la estación de servicio y murió a los pocos años. Solá llevó una vida errante.
Trata de blancas y tráficos de estupefacientes
«Rubí tiene que haber visto además algo que no tenía que ver. No fue solo por la deuda de luz. Hubo trata de blancas (como se le decía en esa época a la trata de personas con fines de explotación sexual) y tráfico de drogas. Venían los tipos de las cosechas y traían a menores al hotel», reconoce la misma vecina.
«A Rubí lo recuerdo como una persona comprometida con Mar del Sur y con el Partido Socialista. Los días anteriores al crimen había realizado una denuncia de que por Rocas Negras (la zona sur del pueblo) ingresaban drogas, pero nunca lo tuve muy claro porque en esos tiempos no se hablaba libremente y yo era muy joven», cuenta la concejal (PS), Mariela Climente.
Por esos tiempos, la provincia de Buenos Aires era gobernada por Eduardo Duhalde (1991-1999) y en el municipio de General Alvarado el intendente era el radical Enrique Marcelo Honores. Carlos Menem había sido reelegido para su segundo mandato como presidente de la República.
«Rubí era un humanista», reconoce Claudio, que se mudó a Mar del Sud en los años ochenta. «Antes de que lo mataran, pasaba por el negocio de mi viejo y le contaba hechos de corrupción que ocurrían en torno al hotel y la Cooperativa. Decía que estaba muy preocupado, pero que no tenía miedo».
«‘El uruguayo’ Esteban Dutra fue hallado culpable y a pesar de que se fugó lograron detenerlo en Buenos Aires», escribió el periodista Hernán Espinosa en el diario La Capital.
«Lo condenaron a 15 años de prisión pero cuando había cumplido las tres cuartas partes de la pena (entre los penales de Batán y Sierra Chica) fue extraditado a Uruguay, ya que también había escapado de la Justicia del vecino país por hechos graves. En una unidad penal fue asesinado por lo que terminó pagando», detalló Espinosa.
Un excéntrico bon vivant caído en desgracia
En cuanto a Solá, después de la muerte de Rubí González, abandonó el hotel y se fue a vivir a Mar del Plata.
Por unos años se le perdió el rastro y, de acuerdo con una de las dos cuentas que tiene en Facebook, hasta hace tres años vivía en Posadas, Misiones, donde denunció que fue «robado, saqueado, dañado, abandonado el 30 de diciembre de 2017».
En su muro dijo ser «víctima de la corrupción (…) amenazado por varios lados, la Justicia parece ser ciega, juez, fiscal, policía y gendarmería», denunció. El 8 de febrero de 2018 contó que su salud empeoraba. Fue su última publicación en la red social. Tenía 74 años.
Un centro cultural y un pino
Al poco tiempo del crimen, la familia de Héctor Rubí González, su esposa e hijos vendieron sus propiedades en Mar del Sud, incluida la legendaria panadería, y emigraron a España.
El crimen del panadero nunca quedó del todo resuelto, y si bien el autor material fue preso, los instigadores nunca fueron condenados.
Las sospechas de la connivencia de Solá y Fischer con sectores policiales y políticos tampoco pudieron ser comprobadas por la Justicia, por más que en el pueblo todos las dieran por hecho.
A más de dos décadas del crimen, en Mar del Sud siguen recordando a Rubí como lo que fue: un humanista y un verdadero hombre de bien que peleó contra la mafia hasta encontrar la muerte.
Un centro cultural lleva su nombre. Y un pino solitario sigue creciendo en la banquina del kilómetro 573 de la ruta provincial 11, entre el asfalto y los alambrados del campo, muy cerca de Mar del Sud.
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