A través del diario La Nación, rememoraron cuando el científico postuló un «origen pampeano de la humanidad» con base a restos hallados a la vera del arroyo La Tigra.
Por cuarta semana consecutiva, el diario La Nación mostró otra historia curiosa con base en General Alvarado, nuevamente bajo la pluma de Facundo Di Genova.
Se había comenzado con la historia del frustrado Edificio Neptuno (en este caso, con la autoría de Pablo Mascareño), prosiguieron con el crimen de Rubí González en Mar del Sud y luego con el cementerio judío de la Villa Balnearia.
En este caso, el periodista titula «El hombre fósil de Miramar: la alucinante teoría de Florentino Ameghino sobre el origen pampeano de la humanidad» a un artículo que requirió de la inestimable colaboración del personal del Museo de Ciencias Naturales de nuestra ciudad, emplazado justamente en el vivero cuyo nombre homenajea al paleontólogo.
Es el año 1898. Mientras Julio Argentino Roca se prepara para asumir su segunda presidencia, un inmigrante genovés naturalizado argentino al que todos conocen como «el gringo de los huesos» le muestra al mundo las pruebas que confirman su revolucionaria teoría sobre el origen de la humanidad.
El ser humano prehistórico no se habría originado en la Europa de los Neandertales, sino en Sudamérica y en la Argentina, puntualmente en la región pampeana de Buenos Aires, y la prueba más contundente de este postulado es «El hombre fósil de Miramar», hallado en 1888 por el recolector de huesos Andrés Canesa en el arroyo La Tigra de Mar del Sud.
El autor de la alucinante teoría sobre el «origen pampeano de la humanidad» es Florentino Ameghino; un naturalista autodidacta, teórico de las eras geológicas y estudioso de los huesos fósiles, cuyas ideas más disruptivas desatan acalorados debates científicos en ambos lados del Océano Atlántico.
Así termina el iluminado siglo XIX en Occidente: con una efervescencia científica pocas veces vista en todas las disciplinas del conocimiento y con las principales mentes de Europa y Norteamérica mirando hacia el sur, preguntándose cómo puede ser que el origen de la humanidad estuviera en nuestro continente.
Ameghino y la antigüedad del hombre en el Plata
No era la primera vez que Ameghino sacudía al mundo científico con sus ingeniosas hipótesis, en un contexto donde los exploradores más atrevidos recorrían el mundo en busca de huesos que probaran el antecedente más antiguo de nuestra especie.
El genovés criado en Luján junto a cuatro hermanos había viajado a París en 1878, con el poco dinero que pudo recolectar vendiendo sus colecciones de fósiles, para presentarse en el Congreso Internacional de Americanistas, vincularse con la vanguardia científica de la época y promover sus principales argumentos acerca del origen de la humanidad.
La apuesta dio sus frutos. Ameghino contrajo matrimonio con la joven francesa Leontine Poirier -en adelante su principal colaboradora literaria-, vivió dos años en Francia y publicó, en 1880, su libro capital: El origen del hombre en el Plata.
Allí afirmó que el hombre y los mamíferos se habían originado en América, puntualmente en la pampa argentina, yendo todavía más allá de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, de cuya obra se hizo eco en estas latitudes.
Pero, cuando regresó al país, Ameghino no solo no fue recibido con honores, sino que fue declarado cesante de su cargo en el Museo de La Plata. Lejos de deprimirse, aceleró la publicación de su obra en castellano (1881) y abrió una librería en la capital bonaerense llamada El Glyptodon, con Leontine como principal impulsora.
Ese mismo año, Ameghino divulgó también otra de sus grandes hipótesis: la coexistencia del humano prehistórico americano con los megamamíferos, también conocidos como megafauna, entre los que se cuentan el gliptodonte y el megaterio.
Esta idea fue rechazada de plano por las principales figuras paleontológicas de la época sin saber que, pocas décadas después, serían rotundamente confirmadas.
Ales Hrdlicka: su gran detractor
El principal detractor de las ideas de Ameghino fue un checo nacionalizado estadounidense, miembro del Instituto Smithsoniano y fundador del American Journal of Physical Anthropology, Ales Hrdlicka, quien promovía una teoría sobre la población continental que chocaba de frente con la teoría ameghiniana.
América no es la cuna de la humanidad, sostenía Hrdlicka: solo había recibido las migraciones de poblaciones asiáticas a través del Puente de Beringia o el corredor terrestre que se formó entre Siberia y Alaska luego de la última glaciación, conocida como Era del Hielo.
Según el checo, esto había sucedido hace unos 12 mil años, por lo que el hombre sudamericano jamás hubiera podido coexistir con la megafauna, como se denomina a los mamíferos gigantes.
Sin embargo, el padre de la paleontología argentina sostenía que el «Hombre fósil de Miramar» provenía del «pampeano inferior», es decir, que tenía más de 2 millones de años, lo suficiente como para ser considerado el «origen» de la humanidad y echar por tierra al esquema de Hrdlicka.
«Cuando la teoría de Ameghino fue puesta en duda, también se puso en cuestión que el hombre sudamericano hubiera coexistido con la megafauna; ellos postulaban, al contrario que Ameghino, que el hombre americano había llegado después de la extinción de los grandes mamíferos. Hallazgos en décadas posteriores, muchos de ellos realizados en la provincia de Buenos Aires y en la Patagonia, demostraron que el hombre sudamericano convivió con megaterios, gliptodontes, hippidiones [el caballo original americano] y también con la llama gigante», destaca a LA NACIÓN Mariano Magnussen, del laboratorio paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar y Fundación Azara.
«Florentino publicó en 1884 el descubrimiento de fósiles de Homunculus patagonicus, que es la única especie del género monotípico extinto de primate platirrino (un pequeño mono) y que vivió en la Patagonia argentina cuando era una selva tropical en el Mioceno, hace unos 17 millones de años antes del presente. Ese hallazgo de monos tan antiguos, y el hallazgo de restos humanos del Plioceno de Miramar y otros puntos de la costa bonaerense, cerraban la teoría del origen pampeano de la humanidad», agrega Magnussen.
Del Homo pampeanus al Phorusrhacos longissimus
«Cambiaré de opinión tantas veces y tan a menudo como adquiera conocimientos nuevos, y el día que perciba que mi cerebro ha dejado de ser apto para esos cambios, dejaré de trabajar. Compadezco de todo corazón a todos los que después de haber adquirido y expresado una opinión, no pueden abandonarla nunca más», escribió Florentino Ameghino, poco antes de morir, el domingo 6 de agosto de 1911 a las 8.20 de la mañana en la ciudad de La Plata. Tenía 57 años.
La diabetes del naturalista había empeorado después del golpe emocional que significó la muerte de su compañera Leontine y ya no volvió a recuperarse. Su hermano Carlos Ameghino, el menor de la familia y principal recolector de fósiles en el territorio, continuó su legado y la defensa de sus principales ideas y descubrimientos.
Entre ellos, el hallazgo y descripción pormenorizada, a partir del fósil de una mandíbula, de un enorme pajarraco prehistórico patagónico de Santa Cruz, el Phorusrhacos longissimus (1887).
Esta ave carnívora no voladora que midió hasta tres metros de altura se cuenta entre los principales depredadores de América del Sur, vivió entre 2 y 60 millones de años atrás (era Cenozoica) y también es conocida como «ave del terror» o «pájaro terrorista».
Sospechas de fraude, entre Lorenzo Parodi y Charles Dawson
Con la muerte del sabio, sus críticos promovieron una canibalización de sus ideas. Sobre todo, porque algunos de los hallazgos analizados «no se encontraban en su contexto original o incluso algunos quedaron bajo una fuerte sospecha de fraude científico por parte de sus colectores», cuentan en el Museo de Ciencias Naturales de Miramar.
Finalmente, se supo que el cráneo de La Tigra que Florentino Ameghino asignó a la especie Homo pampaeus correspondía a nuestra misma especie, Horno sapiens.
«Si bien resultó ser más moderno que lo supuesto, fechados recientes indican que tiene una antigüedad superior a los 7000 años», destacan los naturalistas miramarenses.
Sin embargo, no fue este hecho lo que puso en cuestión toda su obra, honesta desde lo intelectual, sino el trabajo de campo de otro inmigrante genovés radicado en Necochea, Lorenzo Parodi.
Con Florentino ya muerto, y mientras la Argentina del Primer Centenario se erigía como una potencia pujante con élites dirigentes que promovían las ideas del progreso científico, las autoridades de la Universidad de La Plata impulsan una expedición en 1912 en busca de restos fósiles en las localidades de Miramar, Monte Hermoso y Valcheta para verificar la ideas del «Hombre fósil de Miramar», en un contexto mundial donde los intelectuales de todo el mundo buscaban nuevas explicaciones acerca del origen de la humanidad.
Por invitación de Carlos Ameghino, «una comisión científica viajó a Miramar para inspeccionar los sitios donde Parodi había hecho sus descubrimientos, en la cual participaron los principales investigadores de la época», cuentan Eduardo Tonni, Ricardo Pasquali y Mariano Bond en Ciencia y Fraude: el hombre fósil de Miramar (Ciencia Hoy, 2001).
El descubrimiento más extraordinario fue realizado por el mismo Lorenzo Parodi y fue conocido como «el fémur de toxodon flechado», lo que confirmaba tempranamente la hipótesis ameghiniana de que el humano americano había coexistido con la megafauna.
En este contexto, Carlos Ameghino planteó sus dudas en la revista Physis (1918) y «expresó que Parodi fue el único que descubrió los yacimientos», caracterizaron los investigadores.
Al hueso del toxodon le habían incrustado maliciosamente un instrumento lítico humano que servía de raspador a la vez que cortador, en una especie de acto desesperado para forzar la comprobación de la hipótesis.
«Lo que no sabemos es quién fue el autor del fraude. ¿Fue Parodi el responsable? ¿Fue víctima de una broma, como era común, por otra parte, en el medio rural en la época? Quizás nunca lo sabremos», refieren los académicos.
Otro fraude, todavía más escandaloso, ocurría al mismo tiempo en Inglaterra.
En 1912, el anticuario Charles Dawson había desenterrado en las afueras de Piltdown Common, en el sur inglés, los restos de un cráneo humano cuyo aspecto era muy primitivo.
El hallazgo se publicó en la revista científica Geological Society de Londres firmado por el paleontólogo Arthur Smith Woodward con el nombre Neoantrhopus dawsoni, el humano más antiguo jamás hallado o el eslabón perdido del ser humano.
El descubrimiento competía con la hipótesis de Ameghino, pero sobre todo con el hallazgo de 1856 cerca de Düsseldorf (Alemania) en el valle alemán de Neander, conocido como Neandertal.
El Neoantrhopus dawsoni u «Hombre de Piltdown» fue un fraude rotundo que se sostuvo durante más de cuarenta años, cuando en 1953 se descubrió que el cráneo correspondía en realidad a un ser humano moderno de no más de 50 mil años de antigüedad, y que además le habían insertado un trozo de mandíbula de un orangután para que pareciera todavía más antiguo.
Ameghino, el precursor de la prehistoria americana
Más temprano que tarde, se supo que la obra de Ameghino fue totalmente ajena a este tipo de adulteraciones científicas. «Más allá de las grandes correcciones de las teorías ameghinianas, es indudable la enorme contribución al conocimiento científico sudamericano, con más de 6 mil nuevas especies descriptas y una obra que supera las 30 mil páginas», considera Magnussen.
Especialistas en Ciencias Naturales de todo el mundo reconocen sus ingeniosas teorías como vigentes e ineludibles, aun cuando el «Hombre fósil de Miramar» y el cráneo hallado en el arroyo La Tigra no hayan sido ni tan originales ni tan antiguos como él pensaba.
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